Los gritos nos alejan emocionalmente de nuestro hijo o hija y, puesto que somos sus modelos, entiende que ésta es una forma más de comunicación y la adopta entre sus comportamientos.
Estamos en un momento social en el que las prisas y la falta de tiempo eleva nuestros niveles de estrés, esto hace que en muchas ocasiones acabemos gritando cuando las cosas no están yendo como esperábamos. Tenemos que tener en cuenta como madres y padres, que nuestros hijos e hijas no aprenden cuando se le grita, si bien es cierto que tras el grito sigue una conducta de obediencia, esta viene dada por el miedo, que surge como reacción de alerta, no porque haya aprendido algo de esa situación. Además, nos aleja emocionalmente y puesto que somos sus modelos entenderán que el grito es una forma más de comunicación.
Sentimientos
El cerebro infantil actúa de manera distinta cuando se les grita, para los adultos puede no tener importancia e incluso ser una válvula de escape para el estrés acumulado, pero en los niños y niñas genera emociones de miedo e inseguridad, nuestro cerebro cree que ante esta situación de alarma la información transmitida hará daño por lo que bloquea por seguridad la amígdala (nuestra zona del cerebro encargada de gestionar nuestros procesos emocionales y guardar los recuerdos asociados a experiencias vividas) con todo esto el proceso de aprendizaje no llega a darse.
Por ejemplo: si una niña esta aprendido a patinar, aunque le cueste y se caiga muchas veces seguirá intentándolo, al igual que un niño que este aprendiendo a hacer las tareas domésticas o unos nuevos ejercicios matemáticos. Pero si sus padres, madres o educadores, cada vez que se caiga, rompa algo o se equivoque en las operaciones le gritan, ofenden o pierden la paciencia seguramente esta niña y niño sentirán la emoción de miedo o inseguridad y les será muy difícil interiorizar y aprender lo que se les está pidiendo.
Aprendizaje
Todo este proceso de “no aprendizaje” se debe a que nuestro cerebro, ante el miedo segrega una sustancia llamado cortisol (hormona del estrés) y nuestra amígdala bloquea las señales externas para defenderse de posibles peligros. Por lo tanto, tenemos que tener en cuenta que el cerebro aprenderá con mayor soltura si está en un entorno seguro.
Ya sabemos que nuestra amígdala es la encargada de filtrar nuestras emociones y mediante los transmisores da órdenes a nuestro cerebro para activar los diferentes mecanismos de desarrollo y guardar nuestros recuerdos, por ello tiene un papel fundamental en el aprendizaje durante la infancia.
Lo mejor que podemos hacer es tener una buena regulación emocional y transmitirles educación emocional que les ayudara a gestionar sus frustraciones, respetar sus límites, desarrollar la empatía y crecer mucho más felices y equilibrados; pasemos tiempo con ellos, así entenderán nuestras emociones y el porqué de las cosas que les pedimos.
Los límites y las normas nos ayudaran a mejorar las conductas y evitar situaciones en las que el grito lo domina todo. Si lo hacemos desde una perspectiva positiva e intentando empatizar con ellas y ellos estaremos construyendo los cimientos de una muy buena relación familiar y de desarrollo personal.
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